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viernes, 24 de diciembre de 2010

La Sibil·la no se canta por soleares (Joan Riera)

El reconocimiento del Cant de la Sibil·la como patrimonio inmaterial de la humanidad por parte de la Unesco es una suerte y una amenaza. Lo primero, porque afianza la supervivencia de un canto de origen medieval que solo ha sobrevivido en Mallorca y l´Alguer. Lo segundo, porque su explotación por parte de los políticos amenza con diluir sus esencias. En las últimas semanas ha sido interpretado en Madrid ante una ministra de cine e internet que nada conoce de esta tradición, en la plaza de Cort, en París y solo queda cantarlo en Las Vegas entre partida y partida de bacarrá o en un tablao flamenco.

Es cierto que la Sibi·la ha evolucionado a lo largo de los ocho siglos que lleva cantándose en Mallorca. Por ejemplo, antiguamente la interpretaban seis presbíteros. En 1572 el obispo de Mallorca Diego de Arnedo la prohibió en aplicación de las reformas tridentinas. La interrupción solo duró tres años porque el propio cabildo de la catedral decidió llevar la contraria al concilio. Sin embargo, el canto pasó de los sacerdotes a un niño vestido de mujer.


Otra costumbre prácticamente perdida es que, al final de la interpretación, la espada de la Sibil·la cortaba unos hilos de la que colgaban coques y neules que los monaguillos se disputaban para comérselas. La Festa de la Sibil·la, que la Capella Mallorquina celebra el día 26 ha recuperado esta gamberrada, fruto del ambiente de alegría en el que transcurre la Nit de Nadal. Una glosa recogida por Gabriel Janer Manila lo cuenta con ironía: Sibil·la aguanta sa coca / que no et caigui de ses mans, / perquè hi ha dos escolans / que baden un pam de boca.


Igual la sobredosis de Sibil·la de las últimas semanas es el precio a la fama que hay que pagar tras la decisión de la Unesco. Pero, si esta noche es usted uno de los miles de mallorquines que se acercan a una iglesia para estremecerse desde las primeras sílabas –"Lo jorn del judici /parrà qui haurà fet servici"– hasta las últimas, sabrá distinguir el espectáculo de un hecho cultural y religioso cuyas raíces se adentran profundamente en nuestra forma de ser.

JOAN RIERA Diario de Mallorca 24.12.2010

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